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Las instituciones no agradecen ni guardan rencor, pero los humanos sí




En el mundo laboral, tanto en el ámbito público como en el privado, solemos escuchar que “las instituciones no agradecen ni guardan rencor”. Y es cierto: una institución es una estructura, una entidad compuesta por procesos, normas y objetivos. No tiene sentimientos. Pero quienes la integran los colaboradores sí los tienen. Por eso, es fundamental no olvidar nunca lo humano dentro de lo institucional.


El lugar de trabajo no debería ser únicamente un espacio de productividad, sino también un entorno donde reine la empatía. Todos atravesamos momentos difíciles: enfermedades, pérdidas, situaciones familiares complejas, crisis emocionales. Y lo que hoy le sucede a un compañero, mañana puede tocarte a ti.


Ser empático no significa asumir responsabilidades ajenas, sino comprender que detrás de cada cargo hay una persona con una historia. Es escuchar sin juzgar, apoyar sin esperar recompensa, brindar una mano cuando el otro tropieza. Porque al final del día, el recuerdo que deja un colaborador en una institución no se mide solo por lo que produjo, sino por cómo hizo sentir a los demás.


En un entorno saludable, los logros se celebran en equipo, los errores se enfrentan con humildad, y los momentos difíciles se sobrellevan con solidaridad. No se trata de crear vínculos emocionales con la institución, sino de fortalecer el tejido humano que la sostiene.


La empatía no figura en los organigramas ni en los manuales de procedimiento, pero es lo que marca la diferencia entre un lugar de trabajo frío y uno que realmente construye comunidad.


Recordemos siempre: las instituciones no sienten, pero las personas sí. Y en este camino profesional, lo que hoy me toca a mí, mañana te puede tocar a ti. Seamos humanos, seamos solidarios.


Jenny Santana

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