En un reportaje publicado ayer por la revista estadounidense
The New Yorker: “La arriesgada guerra de Ecuador contra los narcos”, exponen
que el presidente Daniel Noboa se preguntó si sería posible construir una
cárcel en un territorio al que Ecuador tiene acceso legal en la Antártida.
“Tenemos una porción, así que ¿por qué no? (...) Una prisión
para sólo cien tipos”, citó a Noboa, John Lee Anderson, un reconocido
periodista estadounidense, de 67 años, especializado en temas latinoamericanos
y guerras.
El reporte fue elaborado durante una serie de diversos
encuentros de Lee Anderson con Noboa, entre marzo y abril. El comunicador
aprovechó para realizar un perfil del presidente más joven de Latinoamérica, la
percepción que tiene de sí mismo en la “guerra” que le ha declarado a las
bandas del crimen organizado y la impresión que maneja de sus homólogos en la
región.
Esas palabras dijo Noboa mientras volaba de regreso a Quito
después de una visita a una prisión en Cuenca. Frente al periodista y al
Mandatario estaba sentado un asistente senior que “tosió nerviosamente”. Y
respondió a esa posibilidad: “Señor. Presidente, no es una mala idea, pero creo
que las naciones antárticas están sujetas a un tratado y su presencia allí se
limita a la investigación científica y cosas similares”, dijo. “Pero
investigaré”.
Luego de un momento de consideración, Noboa planteó otra
posibilidad. “Si la Antártida resultaba demasiado complicada, ¿podría proteger
a los fiscales y jueces que enfrentaban amenazas trasladándolos a embajadas
ecuatorianas en el extranjero? ¿Podrían juzgar y sentenciar legalmente a los
criminales desde allí? Pareciendo dudoso, el asistente prometió investigar eso
también”, escribió John Lee Anderson en el reportaje de The New Yorker.
Tras la Consulta Popular y el Referéndum del 21 de abril del
2024, Jon Lee Anderson volvió a visitar a Noboa para completar su reportaje y
le planteó si la idea de esa prisión todavía estaba sobre la mesa. El Presidente
dijo que su asistente lo había investigado.
“Al principio, dijeron que sólo se podían tener estaciones
de investigación científica”. Pero podría haber una manera de eludir la
restricción, si la instalación estuviera dirigida por militares. Ya podía
imaginarlo: los enemigos del país trasladados a una prisión militar, en un
páramo helado a miles de kilómetros de Quito. “¡Sí!” él dijo. “Es una gran
posibilidad”.
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