Por: Ling Almánzar
La tragedia sobrevino como un rayo, dejando una estela de sangre y horror. Sucedió el 22 de noviembre de 1963, hace exactamente 61 años, en Dallas, Estados Unidos. Ese día le arrancaron la vida al presidente John F. Kennedy, el mandatario más joven de esa gran nación. Tenía apenas 46 años de edad y casi tres en la Casa Blanca.
Se había juramentado como presidente en enero de 1961, en medio de grandes desafíos: la incipiente y fulminante Revolución cubana, el agónico trujillato, la Guerra Fría y las tensiones con la Unión Soviética…
Pasado el tiempo, el magnicidio es evocado en toda su magnitud. En noviembre de 1963, faltando un año para las elecciones, ya pensaba Kennedy en su reelección como candidato del Partido Demócrata. Su visita a Dallas fue para promover su intención reeleccionista y robustecer su segunda candidatura en el incómodo sur de Estados Unidos.
Ese día siniestro está inscrito en el libro de las grandes tragedias. Acompañado de su esposa Jacqueline Kennedy, el gobernante se reúne con el gobernador de Texas, John Conally, y la esposa de este. Van en una deslumbrante comitiva preelectoral. Se pasean por las calles. Todo es alegría y euforia. La gente se ha desbordado para ovacionar a su carismático presidente. El dignatario va subido en un Ford convertible; a su lado, sonríe su bella esposa.
De repente, sucede la desgracia. Kennedy recibe un primer disparo en la cabeza. Se derrumba sobre su pareja, inconsciente ya. Luego, otro que le destroza los sesos. La vida se le va, lentamente va muriendo… ¿Que quién le disparó? El magnicida estaba subido en un edificio cercano. Lee Harvey Oswald haló el gatillo una y otra vez con pasmosa puntería. Acertó en el blanco y asesinó a Kennedy, sin piedad lo hizo.
Los motivos del asesino quizá nunca se sabrán. Kennedy y su asesino ya no están en este mundo. Documentos sensibles permanecen sellados, en los archivos más sagrados de la seguridad nacional. Evidencias fueron borradas. No hubo un interrogatorio riguroso al magnicida. Lee fue asesinado, a su vez, y los archivos de la CIA permanecen en reposo.
Las motivaciones del matador están clavadas en su temperamento y su psique. Lee Harvey Oswald quería volverse un superhéroe: así le demostraría sus agallas y su virilidad a su esposa, la rusa Marina. Se habían conocido en la Unión Soviética, el gran enemigo de Estados Unidos. Según “Muerte de un presidente”, el librazo de William Manchester, la mujer lo maltrataba y lo menospreciaba, considerándolo poco hombre para ella.
Dicen que Lee le había servido a la CIA. Lo cierto es que, en un momento dado, quiso entregar su pasaporte y renunciar a la ciudadanía estadounidense; y que, en otro momento, hizo intentos de ir a México. (Tal vez quería ir a Cuba, también.) Estaba en una etapa de frenesí revolucionario, llevando consigo su propia revolución emocional. Poseía delirios de redentor, y sacaría de su pecho el valor oculto que su esposa no sabía reconocer.
Llegó el día de actuar con orgullo de macho herido. Compró un rifle italiano. Antes del asesinato había atentado contra un alto oficial de la milicia. Apenas le rozó con un disparo: estaba afinando su puntería para el gran día. El 22 de noviembre de 1963 sube al edificio donde trabaja en una humilde librería. Se acomoda montando el rifle en el cuarto piso. La mira telescópica define con nitidez el espacio por donde va a moverse su objetivo. Está seguro de que en cualquier momento aparecerá Kennedy en el escenario, delante de él. Su valor demencial se pondrá a prueba, y bastará un disparo para meterse en la tinta fresca de la Historia.
Abraham Zapruder era un próspero empresario de la industria textil, y un gran admirador del presidente. Aprovechó la oportunidad de verlo, tan de cerca que las imágenes pasarían a la historia con asombroso estruendo. Hace un famoso video que le ha dado la vuelta al mundo. Todavía asombra la forma del asesinato. Lee le destroza la vida delante de alegres seguidores, convirtiendo la alegría en tragedia pura. La sangre del presidente inunda la carroza presidencial, y todo se desploma en unos breves instantes.
En 1961, Kennedy creó la Alianza para la Progreso en Punta del Este, Uruguay. Los Cuerpos de Paz llegaron a República Dominicana durante su breve mandato. Ese mismo año despachó una fuerza invasora contra la Revolución cubana, por Bahía de Cochinos. Los invasores se fueron derrumbando, cayendo en combate o aprisionados. Luego serían canjeados por medicinas y otras cosas, en un trueque EE.UU.–Cuba.
Fue glorificado por su trágica muerte, que es la manera en que dan golpes de Estado en el gran país del Norte. Eso lo dice Róbinson Rojas en su libro “Estos mataron a Kennedy. Reportaje a un golpe de Estado”.
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