Por Francisca Jiménez
Periodista.
En los medios de comunicación, el ego no puede sustituir al respeto ni al verdadero liderazgo. Es hora de alzar la voz contra el abuso de poder en nombre del profesionalismo.
En el ejercicio del periodismo donde la verdad, la ética y la solidaridad deberían ser nuestras banderas resulta profundamente preocupante cómo algunas figuras conocidas del medio utilizan su posición no para construir, sino para humillar y menospreciar a quienes consideran “inferiores”. ¿En qué momento el ego se convirtió en una herramienta de trabajo?
Algunas periodistas y hay que decirlo con todas sus letras han confundido liderazgo con autoritarismo, el aplauso con la humillación y el profesionalismo con el espectáculo. Creen que los títulos académicos, el número de seguidores o el cargo que ocupan les da derecho a pisotear a los demás. Y olvidan lo esencial: el respeto no se mide en diplomas, ni en métricas digitales.
¿Y qué obtienen a cambio? ¿Admiración? Lo dudo. Quienes se alimentan de la arrogancia solo cosechan temor, rechazo y, más temprano que tarde, el olvido. Porque, como bien dice el refrán popular:
“Lo que sube como palma, cae como coco.”
Y en este medio, cuando se cae, se cae duro
Nadie está exento de errores; todas estamos en constante aprendizaje. Pero ese proceso no puede ser excusa para justificar la falta de humanidad. La altanería no tiene cabida en un oficio que se debe al servicio y a la voz colectiva. Quien no sabe respetar, sencillamente, no merece utilizar un micrófono.
Es momento de alzar la voz sin miedo: el verdadero talento no se impone a gritos. Las profesionales suman, inspiran, construyen puentes. Las demás… solo hacen ruido.
Si aspiramos a un periodismo más justo, libre y humano, empecemos por ser justos, libres y humanos entre nosotros. No es un favor: es una obligación ética.
Porque hoy puedes tener el poder en tus manos, pero mañana…
el mismo medio que te aplaude, te dará la espalda.
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