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Más allá de los votos: la ética de convivir como colegas




Por Francisca Jiménez


En el ejercicio profesional, especialmente dentro de los gremios y asociaciones,los procesos democráticos como las elecciones internas son necesarios y saludables. Pero en medio de esas dinámicas, corremos el riesgo de olvidar algo esencial: no estamos solo para elegir, sino para convivir.


Disentir es natural y hasta necesario. No todos pensamos igual, y eso enriquece cualquier espacio. Lo que sí debería preocuparnos es cuando las diferencias de opinión se convierten en ataques, en descalificaciones personales o en intentos de invalidar al otro solo por no coincidir. Cuando eso ocurre, lo que se deteriora no es una candidatura ni una postura: es la convivencia misma.


En cualquier entorno profesional, el respeto mutuo no puede ser una opción que depende de afinidades o de circunstancias. Debe ser la base firme sobre la que se construyen relaciones sanas, proyectos duraderos y comunidades creíbles. La ética entre colegas no se limita a cumplir con un reglamento; se expresa en cómo escuchamos, en cómo debatimos, y especialmente en cómo tratamos a quien piensa distinto.


Convivir éticamente implica madurez. Saber ganar sin humillar, disentir sin dividir, y entender que ninguna institución se fortalece desde la intolerancia. Apostar por una convivencia respetuosa no es idealismo: es una urgencia. En tiempos donde la polarización amenaza nuestros espacios comunes, cultivar el respeto y el diálogo es un acto de responsabilidad.


Hago un llamado firme a la reflexión: no dejemos que una elección nos enfrente ni que las diferencias de tercero  nos separen. No se construye unidad desde la exclusión, ni se impulsa un colectivo desde la hostilidad.


Al final del día, más allá de los votos, lo que realmente nos une como colegas  de mediox es la voluntad de convivir desde el respeto, la empatía y la dignidad. Y ese, quizás, sea el mayor acto de ética profesional que podamos ejercer.

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