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No maten el Jardín Botánico: El pulmón que sostiene nuestra esperanza


Lo que está ocurriendo frente a nuestros ojos es más que un descuido: es una afrenta a la inteligencia colectiva, una muestra de desprecio por el bien común, y una declaración abierta de guerra contra la naturaleza, la salud y el futuro de quienes habitamos el Gran Santo Domingo.


En lugar de planificar con visión, creatividad y respeto por los espacios que aún conservamos –milagrosamente– como áreas verdes, el Gobierno actual y las autoridades municipales parecen estar decididos a repetir los errores de siempre: sacrificar lo esencial para resolver lo momentáneo. Esta vez, la amenaza tiene nombre y apellido: el Jardín Botánico Nacional.



¿Estamos realmente dispuestos a permitir que se destruya uno de los pocos pulmones verdes que le queda a esta ciudad por ampliar una avenida? ¿Vale la pena acabar con una joya de la biodiversidad, un santuario de paz, un símbolo de identidad, solo para seguir apostando al transporte privado, a la improvisación y a una movilidad urbana fracasada?



Los espacios verdes no son lujos. Son derechos. Son garantía de salud física y mental, son lugares para el esparcimiento, la contemplación, la recreación familiar, la educación ambiental, la conservación científica. Son, literalmente, lo que nos permite respirar.


El Jardín Botánico no es solo un parque. Es una obra maestra del urbanismo dominicano, construida con criterio, conocimiento, respeto por la flora autóctona, y sentido de permanencia. Es uno de los pocos lugares donde se respira aire puro, donde los niños pueden correr seguros, donde la educación ambiental cobra vida, y donde todavía podemos recordar que el verde no solo existe en billetes, sino en hojas que purifican y en árboles que abrazan.


Pero la lógica del cemento, del desorden urbano y de los funcionarios que no funcionan amenaza con reducirlo todo a escombros. Ya hemos visto cómo la Dirección de Defensoría y Uso de Espacios Públicos, en lugar de defender, ha convertido zonas verdes en vertederos, como en el caso del Parque Mirador Sur. Ya hemos visto cómo se ignoran resoluciones como la de 2019 que protegía el Estadio Quisqueya y otros espacios bajo la categoría de “Zonas Ambientales Complementarias de Valor Especial”. Y ahora… quieren el Jardín Botánico.


No podemos seguir permitiendo que los errores de planificación sean solucionados con más destrucción. El problema del tránsito en Santo Domingo no se resuelve con más avenidas, sino con transporte público digno, infraestructura peatonal adecuada, seguridad en las calles, arbolado urbano, planificación metropolitana y voluntad política real. Lo demás, es cosmética peligrosa.


Mientras tanto, seguimos matando lentamente el mundo que nos sostiene. Estamos hipotecando el futuro por decisiones mal tomadas en el presente. Y lo peor es que ya ni siquiera se trata de falta de recursos, sino de falta de visión, de sensibilidad y de amor por esta ciudad.


El Jardín Botánico es de todos. No de un ministerio. No de una alcaldía. No de un ingeniero con contratos en mano. Es patrimonio natural, cultural y espiritual de un pueblo que necesita respirar. Defenderlo es defendernos. Protegerlo es proteger la vida.


Ya basta de adivinar con proyectos infuncionales. Ya basta de improvisar con el espacio público. Ya basta de gobernar como si el futuro no importara.


Hoy levantamos la voz: No al desmonte del Jardín Botánico. No a la destrucción de nuestros espacios verdes. No a la irresponsabilidad urbana.


Que esta vez el pueblo no llegue tarde. Que esta vez el cemento no gane.


Ingrid Abreu

Periodista, escritora y activista por el derecho a una ciudad humana

CEO de Ingrid Abreu Comunicación, corazondigital.net

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