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Alerta en pie, conciencia en falta: crónica de una imprudencia anunciada


La República Dominicana sigue en alerta por los efectos de la Tormenta Tropical Melissa. El COE mantiene al Distrito Nacional y 12 provincias en alerta roja, con protocolos activos por inundaciones, deslizamientos y desbordes, mientras INDOMET prevé continuidad de lluvias intensas y condiciones de mar peligrosas. El andamiaje institucional funciona; lo que falla —a la vista— es la respuesta social que minimiza el riesgo y trivializa la prevención.

Los boletines internacionales y locales convergen: Melissa ya alcanzó fuerza de huracán, con pronóstico de rápida intensificación y potencial de lluvias torrenciales en el Caribe norte, un cóctel que multiplica el peligro cuando la población ignora las advertencias. Y esto no es hipérbole: así lo consignan el NHC y reportes de agencias que documentan el salto de intensidad y el panorama de inundaciones y derrumbes en la región. Si la ciencia grita “prudencia”, la pregunta que siempre nos hacemos es…. ¿qué explica que el ocio y el teteo siga imponiéndose en plena emergencia?

La crónica del día muestra el país en dos planos: de un lado, brigadas, personal sanitario y voluntarios ejecutando protocolos; del otro, teteos a cielo abierto, baños bajo la lluvia, niños en la calle sin supervisión y cruces temerarios de cañadas como si la corriente fuese espectáculo, y lo peor, sin pensar en el mañana. Las imágenes de calles anegadas y movilidad interrumpida en Santo Domingo y otros puntos no son postales pintorescas: son la antesala de pérdidas evitables cuando se normaliza el riesgo. Y sigo preguntando ¿Hasta cuándo el entretenimiento valdrá más que la vida? ¿Hasta cuándo convertiremos la alerta en ruido de fondo?

Esto no va de obedecer por obedecer; va de ética pública. Las pautas oficiales —no cruzar ríos ni arroyos, evitar salidas innecesarias, proteger a la población vulnerable y respetar las restricciones— no son capricho, son conclusiones de evidencia para un territorio con memoria de crecidas y suelos saturados. La fe consuela, pero no sustituye la responsabilidad: la primera línea de defensa está en decisiones domésticas —posponer la fiesta, resguardarse, vigilar a los hijos— y en la cooperación ciudadana con los equipos de respuesta.

Por eso la pregunta vertebral es insoslayable y colectiva: ¿hasta cuándo la desfachatez de hoy será el lamento de mañana? ¿Se necesitará más régimen de consecuencia para aquellos irresponsables? Con Melissa en curso y la probabilidad de lluvias extremas aún sobre la mesa, este debería ser el punto de inflexión para alinear conducta con evidencia: acatar indicaciones, priorizar la vida y pensar en comunidad. Dios protege, sí; pero en la tierra la paz en medio de la tormenta empieza por la prudencia. Solo así la próxima alerta no será, otra vez, crónica de una imprudencia anunciada

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